Otro día que amanece en su vida gris, mira a través del vidrio del ventanal y ve que el tiempo aún no decide si será un hermoso día o si será plomizo, lluvioso, pesado como su vida.
Mientras el tiempo discurre muy lentamente ante sus ojos, el nivel de café en su jarrita va bajando como el vapor que emana.
Se siente tan reconfortante estar allí, mirando desde su mesa de café, como la ciudad empieza a cobrar movimiento y su gente apurada corre en todas las direcciones tratando de llegar a tiempo a sus trabajos, a sus compromisos o como a él le gusta soñar, a sus trampas insospechadas.
El mozo se le acerca y pregunta si desea algo más, cuando levanta la vista para pagarle, aprovechando que está allí, nota la mirada compasiva de aquel hombre mayor y se da cuenta que su cara no es la mejor, que su cara debe ser un fiel reflejo de su estado de ánimo.
Toma su diario, lo enrolla, coloca bajo su axila y en el otro lado de su cuerpo calza su bolso de herramientas y sale abriéndose paso entre sillas, mesas y clientes recientes. El siempre trata de huir antes de que se llene el bar, no soporta el roce con las personas y menos si hay tantas.
Camino a su humilde morada, decide ir por la avenida, un dejo de esperanza le hace incentivar el gusto de ver caras desconocidas e imaginar como serán sus vidas y que harán de ellas.
Algo en él cobra movimiento y por un lapso de tiempo es como que tiene ganas de volver a disfrutar del día. Al llegar a la esquina, esta la niña que para allí y que la vez que él pasa ella ve con cariño como si quisiera redimirlo, exorcizarlo, depurarlo de sus pesares. El siempre deseo saber que se siente acariciar esa piel tan blanca, más de una vez fantaseo con estremecer su cuerpo junto al de ella. Al estar de buen ánimo, mete su mano en el bolsillo del pantalón donde está su vieja billetera, comienza a sacarla para hacerle una oferta.
Pero de repente un pensamiento más rápido que un rayo, cruza por su cabeza y enfunda nuevamente y sigue con su paso lento hacia su casa. La ramera nota esto y profundiza un poco más la lástima que siente por aquel miserable que siempre la mira desde lejos. Ella sabe que el lleva un gran pesar, dicen que aquel hombre era el hombre más feliz sobre la faz de la tierra junto a su gran amor pero también cuentan que desde que ella lo abandono su vida se volvió gris, obscura y sin alegrías. Solo vive el día a día como una pesada carga, como una condena en libertad.
Él sigue como si nada, volvió a ser el mismo triste ser que es todos los días, él se da cuenta, él presiente la mirada de ella, de la puta niña que siempre lo ve con ojos tiernos que con su mirada transmite su amor platónico por él.
Es otra cicatriz para su alma nunca poder concretar algo con la niña, el piensa que a pesar de la mala vida que ella lleva esta mejor sin su compañía, estos y otros pensamientos nublan su mente y cuando menos se da cuenta esta encajando la llave en la cerradura del portón de su casa.
A duras penas puede abrirlo, solo lo suficiente como para pasar de costado. Lo que alguna vez fue un glorioso frente es hoy un triste paisaje, en muchas mentes el frente y jardín de esa casa les recuerda a las viejas películas de terror y todos saben que ese jardín tuvo mejores días, pero claro… estaba ella, su gran amor que antes de abandonarlo se encargaba de que la casa estuviese impecable pero desde que se conoció el rumor de que ella lo abandono por otro debe de haber menoscabado las ganas del triste hombre. Y él lo dejo a abandonado a su suerte, nunca mostro un poco de interés por cuidarlo o limpiarlo, quizás es un reflejo más de su alma.
Una vez dentro de su casa encamina su andar hacia su dormitorio y con mucho cuidado abre la puerta para producir el menor ruido posible, no quiere perturbar la paz que hay en ese momento. Enfila para su lado de la cama, abre un poquito las cortinas y deja que un haz de luz impacte contra la cama haciendo notar la figura femenina que yace de lado, el extiende su mano hacia el hombro de ella, se detiene, como tantas otras veces. ¿Para qué molestarla?. Decide ir a darse un baño porque siempre siente el hedor de la ciudad pegado a su piel y no le gusta pensar que a ella le disgustaría sentirlo. Luego de tomar una ducha larga y reparadora, sale hacia su dormitorio y cuando se sienta en su lado decide no intentar nada ante la indiferencia.
Entonces se levanta, va hasta “la cómoda”, abre el primer cajón, revuelve un poco, saca aquella caja de madera tallada y con un tamaño no mayor a una caja de bombones.
Agotado, se sienta en el sillón, junto a la ventana, abre un poco más las viejas cortinas y se dedica a observar la figura de ella que permanece inmóvil allí, como si el no estuviese y eso hace que el desespere. Cansado de la situación, abre la caja, durmiendo un sueño intranquilo, esta su viejo 38 largo, lo saca, apunta a su sien y se descerraja un tiro. Así concluye su triste y larga agonía.
El ulular de sirenas, el griterío, el tumulto que se junta frente a esa casa, hace que el barrio pierda su tranquilidad típica. Un hacha parte al medio la vieja puerta de madera, un brazo cruza la grieta y saca el pestillo, liberando la entrada, uno a uno son revisados los ambientes hasta que llegan al dormitorio principal.
La imagen hace descomponer, al joven oficial, no puede creer lo que ve ante sus ojos sorprendidos. El cuerpo del hombre bañado en sangre y lo que parece ser una mujer que esta de costado como durmiendo un sueño eterno, esta momificada…